La poesía es una de nuestras aliadas en este viaje interminable de lo femenino. Escribir y compartir poesía comienza como un ejercicio y muy pronto se constituye en una necesidad.

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Escribir en verso es algo que hacemos naturalmente en nuestro tránsito de la niñez a la adolescencia, ¿por qué lo abandonamos?, ¿qué nos ha llevado a dejar de comunicarnos con nuestra alma? 



El acto de tomar un lápiz, sentarnos al borde del abismo de un papel y saltar en palabras, nos permite "darnos cuenta", reconocernos, afinar nuestro sentir, darle imágenes, escuchar las voces que provienen de dentro o incluso de fuera. Y estas voces no se escuchan si no te lanzas al ritmo del silencio que palpita en ese gran vacío lleno de misterio.

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El 'cuenco', como imagen, alberga el vacío suficiente para promover este cambio en el estilo de vida que implica incorporar la poesía a lo cotidiano. En los varones el cuenco está representado en el corazón.

Las féminas tenemos dos jícaras, el corazón y el útero, ambos palpitan y son huecos.

Estudios de electro-fisiología demuestran que el corazón es el órgano del cuerpo humano que emite más ondas electromagnéticas, éstas llegan a toda la estructura y se prolongan en un radio de dos metros.

En la tradición china, se le llama "el emperador", asimilando el cuerpo con su estructura física y sus emociones, a un reino. Si el emperador está bien todo el reino lo está.

Una forma de armonizar el corazón es a través de la poesía, también ésta tiene que ver con la matriz, por ello se ha convertido en nuestra compañera inseparable.